Los santiagueros, comandados por los representantes de 1os hateros y comerciantes de la ciudad, Diego Polanco, Andres y Melchor Rodriguez y los Hermanos Reyes, combatieron contra los franceses y los expulsaron de la plaza. Ante estos hechos, que significaban el primer encuentro armado entre los franceses y los habitantes del Santo Domingo Español.
El general Ferrand aprobó todas las disposiciones de que se le dio cuenta y a pocos días volvió a mandar a su ayudante, que había venido la vez primera a Santiago como Comandante de Departamento, acompañado de 150 soldados veteranos franceses, de los que tenía en la capital, para que guarneciesen este punto y fortificaran las avanzadas de modo que embarazasen el tránsito de los negros en los demás pueblos intermedios que todavía no habían caído en su poder y de los cuales era Santiago la llave. Con tales medidas se arreglaron los cuarteles, se formaron almacenes de víveres y municiones, se instaló el consejo departamental bajo la presidencia de don Agustín Franco, mandado por Ferrand y se puso Santiago como una verdadera plaza de armas, conteniendo las repetidas invasiones de los vecinos malos. Con esto cambió el aspecto de las cosas que gradualmente tomaron su curso normal. El interés de todos era defenderse de los negros. Además del cura Juan Vásquez, vinieron también los Pros. Don José Basarte, Don Bartolomé Puerto Alegre, Don José Antonio Rodríguez, el vicario don Pedro Tavárez, octogenario, y los religiosos mercedarios fray Vicente Peniche, fray Pedro Geraldino, cura de Moca y fray Antonio Reyes hijo del sargento mayor de milicias, pues el doctor don Ambrosio de Lima, por su edad y sus achaques nunca salió y después sufrió atroces insultos de los negros: Un incidente fatal puso fin a la confianza general.
Una carta del obispo Mauviel desde Santo Domingo al general Derveaux instándole a ir a Santo Domingo, pasando por Santiago, inspiró a los naturales sospechas de una traición a que no consideraban ajeno al general Dervaux y el 15 de octubre se combinaron los oficiales para resolver la situación prendiéndolo para remitirlo a Ferrand. El 16 a las dos de la mañana se reunieron los juramentados, presentándose una parte en la casa de Gobierno, otra en el cuartel, otra en el Vivac y otra en el depósito de las municiones, a la entrada de la ciudad. Un tiro de 64 Gaspar de Arredondo Pichardo pistola era la señal. Todos llegaron a tiempo. Los 80 ó 100 soldados de línea acuartelados en una de las casas de la plaza fueron sorprendidos durmiendo y se entregaron, pero acobardado el capitán abandonó la compañía lo que observado por los prisioneros aprovecharon la ocasión para reaccionarse y salir a la plaza en orden de combate creyendo que los naturales estaban combinados con los negros. De aquí que un golpe que pudo ser momentáneo terminara con sangre. Naturales y franceses en una noche oscura, metieron mano a las armas despedazándose como leones y de este choque quedaron en el sitio 27, de éstos un hijo de Puerto Plata, el capitán don Melchor Rodríguez asaltó el parque y auxilió a los que seguían batiéndose. Los franceses se dispersaron después de hacer una resistencia vigorosa. Dervaux resistió con un guardia pero tuvo que ceder. Al rayar la aurora enarbolaron el pabellón español con salvas y alegría. El comandante Dervaux y sus oficiales quedaron arrestados en su propia casa con el decoro debido a sus empleos. La tropa francesa quedó reducida a su cuartel respetada, menos los heridos que tomaron a pié el camino de la capital para presentarse al general Ferrand a quien informaron exageradamente. Todo lo produjo la maldita carta. Formáronle sumaria a Dervaux con 22 cargos. Ferrand lo recibió con mal semblante, lo mandó a retirar de Santiago sin dejar de dar curso a su causa y autorizó a los naturales para que eligieran un comandante que les inspirara confianza dándole cuenta para aprobarlo. Así lo hicieron, 65 El degüello de Moca. Sangre y fuego eligiendo por unanimidad a José Serapio Reinoso de Orbe. Este era hijo natural de un hacendado rico de La Vega, llamado don José de Orbe que le educó al parejo de sus hijos legítimos. Ferrand le confirmó y aprobó como comandante general del departamento del norte español. Juró en medio de la plaza, frente a la tropa y en el centro de toda la población alborozada. Cambió la situación de tal modo con sus medidas de orden, abasto, conciliación y defensa que Santiago se convirtió en un centro animado y próspero.
El degüello de Moca. Sangre y fuego de Gaspar de Arredondo Pichardo pág. 62-64.